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Luz y método de confesar idólatras […] (por Diego Fernández de León, Puebla, 1692) ofrece una muestra del uso punitivo que podría tener la demostración ejemplar a fin de disuadir al pueblo (sobre todo indígena) de continuar la práctica de la idolatría a fines del siglo XVII, resistente ya a siglos de intentos de extirpación. La argumentación inductiva construida a partir de relatos atemorizantes ofrece pruebas de cómo Dios ha destruido en el pasado pueblos idólatras de maneras terribles, otorgando con ello una fuerte justificación a la destrucción cultural que los religiosos españoles consideraron necesaria a fin de imponer el cristianismo.
  El texto de Villavicencio representa una curiosa vuelta a la vinculación de la idolatría con la Antigüedad, más propia de los extirpadores humanistas; pues mientras los principales extirpadores se habían venido guiando por la definición bíblica de idolatría, enriquecida por el maniqueísmo tridentino expresado en los tratados de Castañega, Ciruelo u Olmos, Villavicencio definió en no pocas ocasiones la idolatría indígena justamente por comparación con las idolatrías de griegos y romanos, quienes solían elevar a rango divino a ciertos mortales por sus hazañas o inventos; o bien acude a una crítica de los mitos de aquellos a fin de sustentar su causa.

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